Condena de nostalgia
En el año 1950, un diminuto país le arrebató el título mundial de fútbol al coloso de América del Sur. Pero el coloso ganó varias veces la copa del mundo en los años siguientes, y el diminuto país no se volvió a recuperar.
La memoria colectiva de ese país, también recuerda otras hazañas: en 1811, todos los habitantes abandonaron sus casas y sus tierras siguiendo a su líder, conformando el épico “éxodo del pueblo Oriental”; en 1915, fue aprobada la jornada de 8 horas diarias de trabajo (14 años antes que en Argentina); en 1919, el Estado se separó de la Iglesia; en 1933, se oficializó el voto femenino; en 1980, por primera vez en la historia universal, una dictadura perdió un referéndum.
La mención de Argentina no es casual y tampoco es casual la mención de Brasil -el coloso de América del Sur-. La historia de ambos países es la misma historia del Uruguay. Pero a diferencia de ambos, Uruguay no tiene presente, sólo tiene pasado. En este país se recuerda todo, y por si acaso “alguno” olvida, siempre hay más de diez personas dispuestas a recordar. Pero se recuerdan glorias de más de cincuenta años.
La memoria es una herencia para las nuevas generaciones, pero en Uruguay, las nuevas generaciones emigran y la herencia es la nostalgia.
Nostalgia por las famosas escuadras de fútbol para las cuales se acuñó el término “la garra charrúa”. Nostalgia por los charrúas, que jamás formaron parte de esas escuadras de fútbol.
Nostalgia por el prócer Artigas, que fue traicionado por unanimidad y finalizó sus días, exiliado en Paraguay.
Nostalgia por el territorio de Misiones, que fue conquistado en el campo de batalla (con la ayuda de los guerreros charrúas) para luego ser entregado a sus vecinos, por un “héroe de la patria”. Nostalgia por ese “héroe”, que también exterminó a los charrúas.
Se le llamó “la Suiza de América” y “el país más civilizado del continente”, pero desde un largo tiempo a esta parte, se le llama simplemente Uruguay –que por cierto no es su nombre completo, el país se llama República Oriental del Uruguay-. Una república con un ejército sobredimensionado -que en sus históricas intervenciones del siglo veinte, sólo ejerció la represión interna-. Un ejército cuyo presupuesto es mayor al de la educación pública. Una educación pública que forma profesionales a un ritmo vertiginoso y les otorga junto al título un pasaporte, para que emigren en búsqueda de trabajo.
El trabajo es un artículo de lujo en este país. No existen industrias y si existieran, no habría a quién venderle los productos. No existen fábricas porque la mano de obra es extremadamente cara, y la mano de obra es extremadamente cara porque no hay fábricas. Las cifras asustan, para bien y para mal. La tasa de analfabetismo es menor al 2%, pero la crisis económica que azotó la República Argentina en el año 2002, no se supera sólo con educación. Al día de hoy, Uruguay sigue intentando recuperarse de la crisis de Argentina.
Las inversiones españolas generan más controversia entre ambos países, son un fiel reflejo de la historia del Virreinato del Río de la Plata, cuando Buenos Aires y Montevideo pugnaban por congraciarse con la Corona Española, al mismo tiempo que se enfrentaban entre sí por la necesidad de independencia; y una vez más, el virus del colonialismo se hace presente.
Uruguay padece por su propio pasado y contradictoriamente, es el país de América Latina que en proporción, tiene mayor cantidad de usuarios de Internet. La supuesta puerta al mundo está abierta, pero las inversiones en tecnología son lentas; el tercer mundo corre una carrera que otros ya han ganado. Absorbe la tecnología que el primer mundo deshecha, y sólo un país como Brasil, es capaz de colocar una barrera a la importación de deshechos, para fomentar la producción nacional.
Pero la historia de los cuatro países, Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, recuerda también los riesgos de alzar una economía pujante en contra del imperialismo. En 1865, Paraguay alcanzó un alto grado de economía e industrialización. Semejante alzamiento, ofensivo contra los intereses de la Corona Británica, sería inmediatamente aplastado por los tres países vecinos. La Guerra de la Triple Alianza comenzó con un “documento secreto” firmado entre los tres países. La vergonzosa declaración de guerra es elocuente por sí misma:
“La República Oriental del Uruguay, Su Majestad el Emperador del Brasil, y la República Argentina contraen alianza ofensiva y defensiva en la guerra provocada por el gobierno del Paraguay”
Al final de la guerra, Paraguay perdió gran parte de su territorio, la mayoría de su población fue exportada como esclavos y el país entero contrajo una deuda con Inglaterra –gestora, ideóloga y accionista de la guerra- que recompensaría y pagaría la ofensa realizada.
Los intereses de Inglaterra en América del Sur son una demostración cabal del poder de unos pocos. España perdió sus colonias en manos de la independencia americana, pero Inglaterra introdujo la industria y las deudas, recuperando las colonias para sí misma y expoliando a los países sometidos, para que se alzaran en guerra contra los países que compitieran con la Corona Británica. La guerra directa no había dado sus frutos; las Invasiones Inglesas en el Río de la Plata fueron de corto alcance, pero colocaron brotes que germinaron más allá del grito de independencia, la mencionada Guerra de la Triple Alianza fue uno de aquellos brotes.
Aún hoy sentimos vergüenza. Paraguay demostró que era posible, que se podía crear fuentes de trabajo, que se podía fomentar la industria y que se puede hacer frente a las economías imperialistas.
Noventa años más tarde, durante la década del cincuenta, Uruguay hizo lo mismo: fomentó su producción y produjo; abrió nuevos mercados e invirtió en desarrollo. Y esta vez no fue una guerra la que frenó el avance… la economía mundial cambió y Uruguay no respondió a tiempo.
En esa misma década, fue capaz de ganar la final de fútbol del mundo contra un estadio abarrotado de “enemigos”. Maracaná parecería ser el verdadero prócer del Uruguay, pero no es más que una imagen nostálgica que este país inculca a quienes ni siquiera habíamos nacido en aquél momento. Uruguay está condenado a tener buena memoria.
Y no es extraño que a la hora de escribir sobre este país, las letras reflejan el pasado y mi tema es la nostalgia; no lo puedo remediar: soy uruguayo.
Jorge Elissalde
Montevideo - URUGUAY